Todo es sencillo de explicar si no se anteponen los prejuicios. La verdad es la verdad. Se ahogó, tuvo mala suerte, a cualquiera desgraciadamente le puede pasar. Vaya a saber por qué cosa a ese muchacho se le ocurrió correr desesperado sin que nadie lo persiguiera. Es que la fantasía de inmortalidad que todo joven experimenta los lleva a hacer cosas audaces que las más de las veces terminan como anécdotas risueñas pero algunas salen mal y son tragedias. Vaya a saber que idea alocada se le cruzó por la cabeza y se le ocurrió tirarse al río en pleno invierno con campera y documentos. Se habrá querido hacer el gracioso. Tal vez se creyó a salvo porque la profundidad no superaba los cuarenta centímetros y el agua de deshielo es cristalina y permite saber donde hay algún pozo, pero seguramente en vez de caminar el lecho -teniendo en cuenta que no sabía nadar- se le ocurrió tirarse de cabeza a ese medio metro y se le enredaron los pelos largos en las raíces y algas y así invertido, su torso sumergido no pudo liberarse y ocurrió el fatal desenlace. Fue mala suerte seguida de cosas desafortunadas que pasaron en su búsqueda. Al cadáver la corriente lo arrastró río arriba lo cual si bien no es usual, hay ciertos episodios naturales que pueden parecernos inexplicables pero existen. ¿O acaso no nos cuenta la biblia de la apertura del mar rojo? Fue una sumatoria de desgracias que quisieron ser manipuladas con teorías conspirativas vaya a saber con qué inconfesable propósito. Pero el destino es misterioso y sus víctimas tardan en asumir su suerte. Tal vez por ello su alma en pena encendió su teléfono en Esquel, a tantos kilómetros de donde había quedado su cuerpo, cuarenta y ocho horas más tarde. Pero más allá de ese impulso eléctrico paranormal que encendió el aparato, su voz ya no existía para poder comunicarse. Eso es lo más probable. Y si hubo tres rastrillajes en el lugar donde finalmente encontraron el cuerpo, hay que asumir que el factor humano es falible y aunque el agua cristalina sobre el visible lecho pedregoso no superaba el medio metro, tal vez el color de la campera celeste podría haber camuflado el cuerpo o justo el prefecto que pasó por el lugar era miope u un cegador reflejo del sol en el agua hizo que no lo detectaran. Andá a saber, son tantas cosas que podrían haber pasado. Después de todo fueron solo tres búsquedas en el sitio.
Por suerte apareció el cuerpo un par de días antes de la elecciones y gracias al cielo ignorada su carne por los depredadores naturales, permitió a la ciencia llegar a conclusiones inapelables en la autopsia. Las pericias fueron unánimes: murió porque dejó de respirar. Eso fue todo. No hubo responsables ni de dolo ni de culpa. En definitiva, la sentencia es contundente y a ella debemos atenernos: no fue nadie.
Editoriales
- Alejandro Robino